Tuvieron que pasar diecisiete años para que la National Science Foundation ( Nueva Zelanda), propietaria del aparato, reconsiderara la situación y valorara la posibilidad de rescatar el viejo Hércules de entre los hielos.
Una vez que calcularon la diferencia entre financiar su recuperación y adquirir un Hércules nuevo, se decidieron a preparar una misión de rescate.
En enero de 1987 un equipo técnico provisto de potentes excavadoras procedió a desenterrar el gigante, con cuidado de no dañar el fuselaje.
Durante los siguientes meses, el equipo repuso algunos de los componentes fundamentales, sustituyó los motores y desenterró el avión como si se tratara de una reliquia arqueológica.
Finalmente, el 10 de enero de 1988 el avión despegó desde el lugar del accidente y voló con éxito hasta la estación de McMurdo. De allí fue enviado a Nueva Zelanda donde se le realizó una puesta a punto que le permitió seguir operando durante algunos años en la Antártida.